jueves, 1 de julio de 2010

Esta noche

Verdi espera en la puerta, es tarde, ¿qué hora será para él? ¿cómo funciona su reloj biológico? Llego tarde a casa, parece no importarle, pasan las dos de la madrugada, un silencio escalofriante recorre mi cuerpo, todos duermen, todos duermen menos el gato, que vigila nuestras almas con su mirada desafiante, por el día duerme, no sin antes haber comido, no sin antes haber comido después de que nosotros lo hagamos. Los semáforos parpadean en ámbar, las calles parecen pasadizos tenebrosos a la espera de un viandante despistado, a mi se me antoja la más emocionante aventura nocturna.
De fondo el panadero, el hace pan y yo huelo su aroma desde el portal.
Las aspas del ventilador por música de fondo, una idea en "Youtube" para amenizar la velada.
Parece que amanece, la persiana continúa bajada, un sonido en el teléfono móvil me avisará del sol naciente y con una agridulce pereza consigo ponerme en pie.
Pienso en un café hasta que miro el reloj. La puerta seguirá cerrada con llave, hoy está abierta, si algo nos define es la falta de constancia, con un giro de muñeca vuelvo el mundo a sentir mi presencia, aventurera y soñadora, fuerte con sus pasos y débil ordenadenando estas malditas sensaciones que ya bien temprano florecen junto al sol radiante de esta mañana de verano.
No quiero perder hoy el autobús de miradas perdidas, el mismo autobús que consiguió complementarse con mi adolescencia, el mismo de las tristes despedidas y las ansiadas ganas por ver quién espera en destino, por el que a través de sus cristales reímos y lloramos, el que nos roba la alegría y nos la proporciona dependiendo de la idea o la vuelta.
Mañana no me espera nadie, pero a las 2.45 de esta madrugada no consigo dejar de soñar despierta.

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