jueves, 5 de marzo de 2009

El aire choca en la ventana con un enfado demoledor, la noche es fría, el día también lo ha sido, destellos en el cielo al atarceder me recuerdan las refrescantes noches veraniegas.
Yo sigo aquí, acomodada con un par de cojines, sobre la cama eternmente deshecha. Al frente un par de fotografías que me recuerdan una y otra vez quién soy y de dónde vengo, identifico en lo alto del armario cada objeto con un momento exacto de mi corta historia, unos se me asemejan alegres, otros tristes, como cuando miro tu piano de madera, donde guardabas esos adornos que te hacían lucir el semblante.
Otros objetos yacen como almas en pena, no logro ponerles fecha.
Ecribo a la vida y sobre todo a mí misma. Escribo para que esta noche de ideas no se acabe, escribo por miedo a perderlas en un mundo tan uniformemente mecanizado, escribo esta noche lo que durante el día no tuvo sentido en medio de banales conversaciones cotidianas que una se cansa de escuchar. Escribo también a la coreografía que forman las nubes a merced de ese viento.
Ordeno mis ideas sin apabullantes perturbaciones de extrema ignorancia en las que mi sensibilidad corre un riesgo incalculable y hace que me pierda en un mundo alejado de mi misma, bailando a un ritmo que algún día alguien inventó para que nuestras penas dejasen de ser tan tristes por una noche y que hoy todos imitan en verbenas de verano y fúnebres discotecas.
Qué dificil es reencontrarse con una misma al caer la noche. Me expongo a un mañana incierto, a una mañana en el que el disfráz de buenos días hará eco sobre mi cuerpo desnudo.
Era el fin de curso del año 97, mi armario tan desaliñado como yo no alcanzaba a encontrar esa moda destinada al ligoteo del fin de semana, cuando quise darme cuenta de lo desgraciada que era, me sorprendí a mi misma camino a la fiesta con el citado desaliño, , una vestimenta que más bien podría asemejarse a las tardes de domingo descansando mi melancolía sobre la cocina baja llena de brasas.
Ese día, con once años a la espalda, la vida comenzó a cambiar, y pasó a formar parte de una realidad basada en la búsqueda de ideas propias, esas ideas que no están dadas por sentadas en ninguna pantalla.
Hoy a mis veintidós años sigo siendo la misma niña desaliñada que intenta dar repuesta a los por qués que justifican seguir siendo yo.

1 comentario:

Rafa dijo...

Hola Stella, pues crece ya leñe, que es hora :S, es broma. Muy bueno como siempre. Hasta pronto.