No encuentro el punto exacto en el que sentarme a escribir, en esta gran superficie de diversos paisajes artificiales. El sol comienza a descender de forma tan rápida que casi puedo sentirme estafada al estudiar el ciclo horario al intentar comprenderlo.
Este día soleado se me antoja una provocación a mi infortunio. Sus destellos chocan en mi como reflejos de lo que un día fue y ya no podrá ser.
Juego a mi suerte engañando a los días, convirtiéndolos en un antojo emocional, sorteando las horas y ocultando realidades que caen como un mazazo en la nuca.
Me siento a salvo en este mundo solitario de horas tranquilas y no más ruido que el cantar de los pájaros.
Todavía ando a tropezones en el mundo, no me decanto por la sencillez, esquivo los bullicios y ando perdida en los sueños que nunca llegan, esquivando con pasos de bailarina crueles recitales televisivos y cualquier perturbación que alteren el orden que establecen estos rayos de sol, que siguen explorándome como una caja de sorpresas todavía por abrir, sin mantenerme en el olvido como el árbol que me da sombra pero que ya no da frutos. Y me viene a la mente cuánto perdí al perderme estos ratos a solas, me pregunto si vale la pena tener éxito y en cambio afirmo que la ausencia, el silencio, es mejor.
Me acompaña Isabel Allende en este viaje por el mundo lleno de inspiración, siento que tengo quince años, deseo no agotar los placeres de la juventud y aplazarlos parar el porvenir, porque no hay mejor placer como el que se obtiene como recompensa y no como privilegio.
2 comentarios:
jueeeerrr,... esta vez te has pasado.
Soberbio!, como siempre.
Detrás de esa persona tan silenciosa, existe una gran escritora.
Sigue asi.
Tu seguidora ;)
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