sábado, 11 de octubre de 2008

Me siento tan bien


Me siento tan bien voviendo a casa un sábado a media noche en ese coche prestado, la carretera vacía me abre paso a un melancólico análisis del día que estoy a punto de abandonar, despidiéndome en la puerta de tu casa hasta dentro de muy poco. Hubiese querido quedarme hasta el amanecer pero esta madrugada nos esperan obligaciones. Vimos el atardecer alicantino al compás de unas cervezas baratas.
El tiempo se ha vuelto más indeciso que yo, a veces hace frío, hace dos semanas me contabas desde aquí que no paraba de llover y hoy puedo verlo con mis propios ojos porque todavía no ha parado, por alguna razón el cielo está triste y desde aquí abajo no paramos de reir por cualquier calle, cómo nos miran mientras interpretamos la comedia donde sólo tu y yo somos protagonistas.
Vine de Cuba con ansias de crecer, de ver a mi vuelta que ojalá muchas cosas hubiesen cambiado, pero todos los días son iguales, mientras cuando estás lejos sientes que seguramente todo esta cambiando y tú te lo estés perdiendo. Llego con el corazón en un puño, con ojeras hasta el suelo, y un moreno poco corriente de la época.
Mentiría si dijese que durante mi estancia pensé en lo que perturba mi vida, demasiados conocidos que olvidar y amigos por conocer. Te cuento que mis paseos habaneros con Yelennis fueron encantadores y que basta un atardecer en el Malecón para entregarme a tus brazos y dejar que el tiempo pase entre rosas y algodones. Ciudad que debora y encanta, miradas extrañas y gente paciente.
Te puedo contar también que hice cosas que ya creía olvidadas, como bailar una canción de los noventa o tomarme una hamburguesa al amanecer rebajando la dosis de alcohol, mientras imaginaba que por aquí estarías comiendo una paella dominguera y muy familiar.
Echaba de menos los paseos por la explanada, deseaba llegar y acompañarlo de un buen helado, poco podía imaginar que ya no hacía tiempo para eso, y que los tirantes fueron sustituidos por el jersey.
"La sombra del viento" de nuevo acompañado mi dario playero bajo la sombrilla hecha a base de troncos que alquilan por dos pesos, la playa de Varadero se extiende a lo largo, desde aquí parece que el tiempo no pase, nadie me reclama, yo tampoco quisiera reclamar a nadie, me siento tan bien, perdiéndome en esta tranquilidad infinita, donde sólo yo misma me digo quien soy, donde tu percepción es la única que vale, donde parece que el sol salga todos los días por ti, donde vamos a ver el grupo musical en la calle 62 todas las noches, y de paso nos reimos de algún turista borracho.
Lágrimas en el taxi de vuelta al aeropuerto, lágrimas con doble sentido, un principio y un fin, una dificil decisión mental, fláshes de imágenes rondando la cabeza. Una aventura que por momentos siento que se me escapa pero consigo retener alzando la vista al cielo, reconozco que las nubes interprétan con sus formas cada momento en la isla.
Y aquí sigo soñando y viviendo, al borde de mi cama, rodeada de cuatro paredes, en cada una de ellas, una imagen que me recuerda quien fuí ayer y quien soy hoy.
Me siento tan bien esta noche.

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