La realidad aparece cuando te interrumpen esa canción tan melancólica, quizás no sea tan potente como el ruido externo, intento concentrarme, por segundos lo consigo, pero al final resulta en vano. Me da pereza prepararme el día a día, me da tristeza vagabundear por los sueños, no prepararme a estar sola cuando más lo necesito, perderme en los ojos de tanta gente y sólo ver los míos. No poder alcanzar cada sueño con la palma de la mano. Que si qué tal me va, después de tanto tiempo, pocas veces sincera, el momento de contar lo que jamás conté se pierde en la interrogación y me conformo dando gracias al monosílabo "bien". Luego llego cansada, casi se me olvida que quedé a medianoche con mi memoria, para preguntarle esas preguntas que nunca supe contestar, y me doy de bruces contra la nostalgia, para volver de nuevo a lo que nunca contestaría, a lo que nunca podría contestar estanto ahí fuera, luchando contra la manada para sobrevivir. Me siento afortunada en este momento de paz y tranquilidad conmigo misma, cuando me duerma ya no seré la misma, quizás sueñe con seres que jamás conocí, quizás con aquellos que haya olvidado, para traerme al nuevo día la oportunidad de recuperar lo que creí perdido, o de no dejar que se escape la novedad con este precioso amanecer que veo desde la ventana. Qué madrugador es el cielo y cuanto me cuesta a mi dormirme con todos mis pensamientos, algunos ya se han dormido, pero los que quedan siguen conversando sin cesar, corretean de un sitio a otro, parece que no me escuchen cuando les propongo un sueño. Y es que hay algunos que están muy mal acostumbrados a llevarse bien con la felicidad del momento.
Ahora, cuando por fin se callen, seré yo la que haga morir el cielo.
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