Calurosos días de verano, intento vencer al calor con un ventilador de cuatro aspas, pero ni con esas, el sol se me antoja provocador. Paradisiacas playas cubanas se refugian en mis recuerdos, dulces atardeceres mirando hacia el horizonte, intentando ver España desde el continente de enfrente. Pero hoy estoy encerrada en el cuarto de los recuerdos de la infancia, digo de la infancia porque hace ya años que emigré a la soledad de la tercera planta, con un ventilador de cuatro aspas y a oscuras para no sentir ese sol más fuerte que nunca. Joder Lorenzo dónde te alimentas.
Y pensando en fiestas, a mi nunca me gustaron precisamente. Stella, que sosa, baila chica, ¡muévete!, valiente apreciación, de verdad no me había dado cuenta que estaba quieta. Diviértete, (no saben que sentada también me divierto). Porque cuando estoy quieta pienso y cuando pienso sueño y si sueño soy feliz y volviendo a lo de antes, no me hace falta bailar para estar feliz. Y no digo esto precisamente como el padre nuestro, muy a mi pesar, lo suyo me ha costado entender que si no te gusta, pues no te gusta. Y entramos en algún sitio, empieza a sonar música, entonces sé que para mi la fiesta acaba de terminar, si es que empezó, porque me siento un pegote en medio de cuerpos danzando al son de cuatro palabras mal compuestas, si es que a veces intento adivinar alguna. Entonces empiezo a sentir otra incomoda sensación que es la de sentirme a un lado, qué narices hago yo aquí sentada, y tampoco es que me guste dar la nota precisamente, pero es ley de vida que en medio de tanta gente que hace lo mismo te toca ser una más, y aparentar lo que no eres y evitar que te cojan del brazo para animarte a bailar, que es algo con lo que Stella revienta, y entonces no tiene más remedio que "integrarse" o largarse.
A lo largo de mi corta existencia he aprendido y aprendo a ser selectiva, y no es que sea una sosa, es que simplemente no me gusta.