lunes, 6 de abril de 2009

Hacía tiempo que el sol no alumbraba mis folios, la claridad hace que los recuerdos se deslicen mejor a través del bolígrafo.
Me acompañan una montaña de apuntes, un incondicional perro imitando mis movimientos, y un callejón a la vuelta de la esquina por el que en cualquier momento podría salir corriendo.
Intento traducir sin demasiado éxito la canción que suena en inglés, se me antoja demasiado triste, antojo subjetivo producto de la melancolía, quizás.
No logro acostumbrarme a este idioma, últimamente no logro acostumbrarme a nada.
Esta tarde he decidido recondiciliarme con el orden, intento que el orden mental se una al material, pensaba que este último poco afectaría a mi estado emocional, pero es que cuesta tanto vivir en un mundo perfectamente estructurado.
Mi gozo se hunde en un pozo al intentar vivir de manera ordenada. Soy una niña llena de imperfecciones, de vaivenes dignos de estudio psicológico, de intentos desesperados de comprensión, no me interesa.
Paso horas observando el cielo, intentando adivinar mi rostro dibujado en cualquier nube, pero lo único que entiendo es lo dificil que es pedir comprensión si ni siquiera entiendo el significado de la palabra.
Quizás sea por eso mi miedo, aunque no sé bien a qué.
Controlo mis palabras para que no sean un regalo, prefiero reservarlas.
Miedo a la gente, intento esconderme de los demás, a veces sin éxito, puedo pasar desapercibida por horas, hasta que alguien cae en la cuenta de mi presencia física y se cuestiona el silencio, silencio, ausencia de palabras sonoras, pero tan enriquecedor.
Me gusta pasar desapercibida, pero no me gusta que ese silencio sea percibido, no tendría palabras para justificarlo.